jueves, 10 de mayo de 2012

El rey que gobernaba sobre todas las cosas.

"-¿Y las estrellas os obedecen?
- Por supuesto - le dijo el rey -. Obedecen al instante. No tolero la indisciplina.
Un poder tal maravilló al principito. ¡Si él lo hubiera detentado, habría podido asistir, no a cuarenta y cuatro, sino a setenta y dos, o aun a cien, o aun a doscientas puestas de sol en el mismo día, sin necesidad de mover jamás la silla! Y como se sentía un poco triste por el recuerdo de su pequeño planeta abandonado, se atrevió a solicitar una gracia al rey:
- Quisiera ver una puesta de sol... Dame el gusto... Ordena al sol que se ponga...
- Si ordeno a un general que vuele de flor en flor como una mariposa, o que escriba una tragedia, o que se transforme en ave marina, y si el general no ejecuta la orden recibida, ¿quién, él o yo, estaría en falta?
- Vos - dijo firmemente el principito.
- Exacto. Hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede hacer - replicó el rey -. La autoridad reposa, en primer término, sobre la razón. Si ordenas a tu pueblo que vaya a arrojarse al mar, hará una revolución. Tengo derecho a exigir obediencia porque mis órdenes son razonables.
- ¿Y mi puesta de sol? - respondió el principito, que jamás olvidaba una pregunta una vez que la había formulado.
- Tendrás tu puesta de sol. Lo exigiré. Pero esperaré, con mi ciencia de gobernante, a que las condiciones sean favorables.
- ¿Y esto cuándo sucederá? - indagó el principito.
- ¡Hem! ¡Hem! - le respondió el rey, que consultó antes un grueso calendario -, ¡será esta noche a las siete y cuarenta en punto! ¡Y verás cómo soy obedecido!" (Antoine de Saint-Exupéry. El Principito.)

Desde que soy madre, casi a diario pienso en este rey, que gobernaba sobre todas las cosas porque, precisamente, sabía gobernarlas.

La sociedad, la nuestra, en general se parece muy poco a este rey, y particularmente poco en cuanto se refiere a nuestros niños: les pedimos que duerman solos, que no hagan ruido, que no molesten, que sean independientes y que nos permitan llevar una existencia lo más cómoda posible. Y, por supuesto, que todo esto lo hagan sin llorar ni protestar. Faltaba más. Pero ellos lloran, por supuesto, y protestan. ¿Será que la falta está en nosotros y no en ellos?

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